12/04/08

O home que abriu camiño ao mar


Hola permítanme que me presente.
Me llamo Esperanza, aunque podéis llamarme Espe. Me llamo Esperanza y vivo en el desierto.
Muchas personas creen que el desierto está realmente desierto, pero eso no es del todo así.

En este lugar viven camellos y camelleros, cabras y cabreros, y escorpiones, moscas y aventureros llegados de todas partes del mundo. Dicen que el Sáhara es enorme aunque yo solo he visto un trocito. A mí, en realidad, me gustaría viajar por todo el mundo.
Sáhara significa desierto, así que cuando la gente dice el desierto del Sáhara, es como si dijeran el desierto del desierto. De aquí en adelante diré simplemente que vivo en el Sáhara.

Me llamo Esperanza y soy una cabra que vive en el Sáhara.
Aquí también viven personas. Personas que no estaban aquí hace cuarenta años.
Algunas nacieron aquí, y sus padres también, aunque este no sea un buen sitio para nacer y vivir. No es fácil siquiera para las cabras. Algún listillo dirá: “oye que las cabras no pueden hablar”. Bueno, yo respeto todas las opiniones. El caso es que yo soy una cabra y sé hablar. Y un día hasta aprendí a leer. Y no sólo eso. También se contar historias, y la que voy a contar sucedió allí en el Sáhara:
Luali Mahmud tenía trece años cuando le conocí. Había nacido en el desierto, como yo, y cuando le mirabas de cerca sus ojos hablaban, te contaban que él también soñaba con lugares lejanos. Un proverbio saharaui dice que “el pensamiento es como salto de liebre”. Luali tenía los ojos llenos de liebres saltarinas.

Luali encontró un día las botas de su abuelo al pie de la duna por la que los dos solían pasear. Le extrañó mucho pues el abuelo jamás habría olvidado aquellas botas, regalo de un extranjero que se había convertido en su hermano. Pensó que si esas botas estaban ahí, él andaría cerca. Quizá habría sufrido un accidente. El chico subió a una colina y oteó por los alrededores, pero no le vio. Gritó su nombre pero nadie respondió. Por respeto, decidió no tocar las botas por si su dueño volvía de algún corto viaje. El abuelo vivía solo en una casa de adobe, próxima a la de su familia. Luali no dijo nada a sus padres sobre su ausencia, y nadie se preocupó porque no hubiese llegado a casa porque a veces dormía en la jaima de algún amigo.

*Foto H.Zin. Campamentos de refugiados saharauis. Dajla.

A la mañana siguiente, el anciano no había regresado. A la vuelta del colegio Luali encontró a su madre preocupada. Después de comer, volvió a la duna donde allí seguían las botas, intactas. Le buscó por los alrededores pero no encontró rastro de él. Al regresar al campamento, Luali vio a Chejdan con quien solia jugar a las damas.

- ¿Ha visto usted a mi abuelo?
- Tu abuelo ha ido donde quería ir – dijo el anciano.
- Pero ¿adónde?. Chejdan respondió con una frase enigmática
- “La cuerda te orienta hacia donde esta atada”.

Volvió a casa y contó a su madre donde y como había encontrado las botas. Para sorpresa de Luali, la mujer solo musitó con tristeza:
- Hijo, a este paso, acabaremos por quedarnos solos.
Luali no volvió a saber nada de su abuelo.

Ya os he dicho que soy una cabra y que naci en el desierto. Mis hermanas y yo caminamos todo el dia por los campamentos escuchando noticias y chismes, y nos enteramos de cosas que no suele conocer mucha gente.
El abuelo de Luali se llamaba Ali Salem y había nacido junto al mar, en una aldea de pescadores. Tenia mujer y tres hijos cuando la guerra le llevó, primero a las trincheras y luego al campamento de refugiados.
Ali Salem vio como con el tiempo se levantaban jaimas y se alzaban casas de adobe. Pasó un año, y luego otro, y luego otro… sus hijos crecieron y tuvieron hijos…
El anciano pregonaba que un día dejarían ese lugar inhóspito y que volverían a sus casas, junto al mar. Se lo decía a sus amigos, pero también a los extranjeros que de vez en cuando iban a visitarles.
- Este es el ultimo año que pasaremos aquí - les decía – el próximo volveremos a nuestra tierra…

Luali era el mayor de los nietos de Ali Salem. Desde pequeño, solia llevarle a las afueras donde comienzan las dunas, y señalaba con el dedo:
- Cruzando ese desierto llegaremos al mar. Y allí encontraremos nuestra tierra.

Pero Luali miraba a lo lejos y no veía mas que arena.
Nadie se preocupa de las cabras. La gente habla a nuestro lado sin percartarse siquiera de nuestra presencia. Luego nosotras comentamos lo que oímos…
- Nos han olvidado – oíamos murmurar a Ali Salem las ultimas semanas – el mundo nos ha olvidado.

Por lo visto, el mundo no era el único que olvidaba:
- Ya no recuerdo el olor de la sal en el aire – se quejaba Ali Salem a otro anciano.
- Ni yo el sabor del agua fresca recién sacada de un pozo – respondía el segundo.
- Yo olvidé los colores de los prados a los que mi padre solía llevarme a pasear – se lamentaba un tercero.

Una mañana observé a Ali Salem entregar una carta a un amigo.
- Quiero que le des esto a mi nieto cuando cumpla 14 años – y le tendió un sobre.
Al dia siguiente, observé al anciano pasear por las dunas. Vi como se quito las botas y echó a andar. Le vi alejarse y traté de que volviera, lo juro. Le vi perderse en el horizonte, hacia el mar soñado.
Muchos de ustedes diran que somos unas cochinas, pero algunas cabras saharauis comemos papel. Una vez que te acostumbras al sabor de la tinta, la celulosa prensada está incluso rica. Llega un momento en que de tanto comer papel, aprendes a leer. No me pregunten como, pero aprendes. Cuando alguna de nosotras come alguna noticia que habla del Sáhara, va rápido a contárselo a las demás. Pero esto sucede muy pocas veces. El mundo tiene otras muchas cosas en que pensar. No quiere saber nada de esta gente.

Tenía razón el abuelo de Luali, ¡les han olvidado!
Por las mañanas, Luali siguió yendo a la escuela, pero le costaba trabajo atender a sus deberes. Miraba a la ventana, no dejaba de pensar en su abuelo y se repetía una y otra vez un proverbio de sus antepasados: “la muerte es obligatoria, la esclavitud no”.

Cuano Luali cumplió por fin catorce años, el amigo de su abuelo le entregó la carta. Luali la leyó en silencio y al acabar, se la guardó en el bolsillo de atrás de su pantalón y yo sentí ganas de comerme la carta, el bolsillo y el pantalón entero.
El chico preparó una mochila y cuando aparecieron las primeras estrellas, emprendió el camino hacia las dunas. Luali no se ha ido solo. Algunas cabras le acompañamos en el viaje. Si tiene sed, le guiaremos hacia un pozo o le daremos de beber nuestra leche. Si tiene hambre, le ofreceremos nuestra carne.

A la mañana siguiente, como podéis imaginar, las zapatillas de Luali aparecieron en la arena, en el mismo sitio en el que meses antes habían aparecido las botas de Ali Salem. También él había decidido emprender un largo viaje, cruzando el desierto, en busca del mar.
No es seguro que llegue. Es probable que no. Tal vez, un día, sus huesos y los nuestros aparezcan en la arena. Pero no importará porque a Luali le seguirán otros, y luego muchos más, hasta formar un sendero de huesos que nos guie hasta nuestras tierras, al borde del mar.
Quizá ese día, nosotras, las cabras libres, y ellos, los hombres y mujeres con esperanza, seamos noticia en algún periódico.
.....


De Lápices para la PAZ

1 comentario:

Alex dixo...

Hola,
soy Alex e interpreté este cuento hace un mes colaborando con LAPICES PARA LA PAZ. Tambien viaje a Dajla en el festival de cine y ha sido increible conocer a los saharauis en primera persona. Un pueblo olvidado que se mantiene con fuerza y dignidad. Parece mentira pero alli siguen, mientras el resto del mundo les da la espalda.
Animo con el blog. Por un sahara libre!!